jueves, 13 de agosto de 2015

Felicidades por dar felicidad a mi vida.


Un 15 de agosto, en mitad del mes de vacaciones, mientras medio mundo estaba en el apartamento de su urbanización con el ventilador pegado  para poder sobrevivir el verano, y otro medio sentían los rayos del sol con la banda sonora del mar de fondo, una mujer daba vida a lo que a mi me da la vida, tú. Desde entonces respirábamos el mismo aire, como ahora, porque la distancia nos la tiene guardada desde que naciste. Pero ese día estoy segura de que hubo el atardecer más bonito de la historia, y de ahí tus radiantes ojos. Mis ojos sin embargo, son el cielo que más tormentas ha tenido y por si fuera poco no ha dejado de llover hasta el día en que te vi e hiciste de mis lágrimas un arcoiris lleno de sonrisas, fue ahí donde me di cuenta de que eras tú lo que tanto tiempo llevaba buscando, ese amor incondicional, libre y revolucionario, y desde entonces no hay día en el que no piense en ti. Desde entonces eres el estribillo de la canción que canto en mi cabeza cuando tengo miedo, eres el abrazo en pleno aeropuerto con la frase te echo de menos a gritos, eres la última palabra que te deja pronunciar la vida, eres todos los momentos que te ponen los pelos de punto y te hacen llorar de felicidad, porque eres el sol que seca mis lágrimas en pleno invierno, y yo lo único que quiero es ponerte los pelos de punta con cada caricia y decirte que todo va a ir bien, que sé que tu sol no brilla todos los días, que también eres un bochorno de los que anuncia granizo cuando estás sola. Hoy he echo un pacto con tu soledad y la distancia y le he dicho que te quiero junto a mi aceptando los términos y las condiciones, sabiendo que los kilómetros que nos separan seguirán ahí, aunque no por mucho tiempo.

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