Me
temblaban las piernas mientras esperaba un taxi, dirección un nuevo
mundo por descubrir, con miedo de no saber conducir por mi misma, porque
no controlo los frenos y me empotro contra los desconocidos terrenos,
con el móvil en marcha por si todo fuese una trampa. Ya estaba
acostumbrada, no me esperaba gestos que no fueran entra sabanas y
almohadas. Abrir la puerta y sentirme Alicia en el país de las
Maravillas. Buena musica, escenario francés y una compañía peculiar a lo
que a mi cabeza y mis piernas solían ofrecer. Sabina en los oídos, un
puro, y un buen whisky, y él sin saber que mi poema preferido era el
XXXVIII de Becquer. Yo en plenas recuperaciones de Historia y él futuro
profesor. Filosofar era la intención. Pero claro a mi me solían querer
más para usar y tirar a ciertas horas de la madrugada, y no entendía muy
bien cual era el juego o la estrategia que tenía preparada. No tenía
miedo, pero tampoco esperanzas. Entonces, justo en ese momento, te das
cuenta de que hay
alguien que realmente te quiere sin segundas intenciones y joder el
momento por pensar que, simplemente no vales para ello. ¡Que triste
situación, cuánta desolación!
Que basta que me quieran, para hacer daño. Sentirme un objetivo infravalorado, y lo peor de todo es que sea yo la primera en mostrarme de esa manera, por tantos capullos que no germinaron.
Al
menos con esto te das cuenta de que todavía quedan personas con valores
y que valen la alegría aunque en tu vida reine la pena. Y poder afirmar
que todavía existen las flores en primavera, y yo, quiero regarlas y
dejar que crezcan, amar la naturaleza, y no pensar que todas las flores
huelen de la misma manera, ni que yo tan solo soy un trozo de mala
hierba. Gracias por devolverme la esperanza, que siempre pinta del color
verde hierba.
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