lunes, 3 de agosto de 2015

Ellas.



Recuerdo aquel día, en el que la terapeuta nos dijo que teníamos que escoger una frase, como si de un grito de guerra se tratase. Una palabra, una frase, un estribillo de una canción, todo valía con tal de que nos repitiéramos nuestro lema en nuestros peores momentos para poder salir del bucle en el que muchas veces nos encontrábamos. Es decir, en nuestra propia e interna guerra, aquella que nos unió en aquel refugio, donde nos arropábamos.

Recuerdo que estábamos en un corro y que algunas empezaron a decir su palabra en voz alta, otras las frases e incluso alguna se ánimo a traducirnos y explicarnos el trocito de canción que le salvaba la vida. Yo, sin embargo, me quedé en silencio. Cuando me preguntó la terapeuta porque no había dicho nada, le contesté que por el simple hecho de que no tenía una palabra, frase, estribillo u oración que me salvase en esos momentos y que en cuestión de minutos no podía seleccionar cual sería la privilegiada palabra que me salvará de mis destrucciones es masivas.

Seguí luchando pero con el vacío de no saber cual sería mi grito de guerra. Era muy fácil tararear mi canción favorita, pensar en mi madre etc. Pero sabía que eso tarde o temprano no lo tendría presente en los peores momentos. Porque la canción o el amor de mi madre siempre estuvieron allí ya fuera en la paz o en pleno bombardeo. Sin embargo, mis compañeras de lucha las encontré con el motivo de ganar la batalla y fue ahí donde me di cuenta de que no era una palabra, una frase o un estribillo lo que me iba a salvar en pleno ataque, si no, que eran dos nombres con sus apellidos los que me harían fuerte y finalmente conseguir ganar la batalla: Celia Estevez Ruiz y Carla Molero Pérez.

¿Por qué ellas? Porque cuando estás en la guerra luchando con tus compañeros, no sabes cual será el siguiente en caer, cuando será la última vez que lo veas... Por eso y porque la guerra te demuestra quien es la persona que se pone delante de una bala que lleva tu nombre y quien el que la dispara.

Por eso, ellas son mi grito de guerra, porque ellas en vez de quedarse quietas mirando como me quedan segundos de vida, son las que me empujan para que la bala no me roce ni un centímetro.

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